Yo estaba ya en esa sala con usted. Era nuestra segunda lección de geografía.
"Zola, ¿qué puede decirme de la atmósfera?
Wolf, ¿qué sabe usted de la estructura interna del planeta?
Y ahora, Voss, vamos, póngase de pie, pase al frente, hábleme de la historia del globo y sus principales períodos."
Y mientras éste ensayaba sus respuestas, de pie, las manos a la espalda, yo te observaba de refilón. El sol aclaraba tus cabellos negros, y tus manos de uñas comidas; proyectabas tu sombra sobre el libro que hojeabas, deteniéndote un buen tiempo en una fotografía no muy nítida del gran cañón del Colorado, con una mancha negra al medio, espesa e irregular, como si hubieras sido vos quien la hubiera hecho;
y tu tío Henri estaba ya del otro lado de la pared atrás mío, con su primera moderna, y pedía entonces a uno de sus alumnos comenzar la muerte de Monseigneur, delfín de Francia:
"Allí me encontré con todo Versalles reunido...",
señalando las faltas con un fruncimiento de cejas, un golpe seco con la punta de su lápiz en el borde amarillo de un escritorio igual al mío, todo marcado de huequitos,
exactamente como señalaba las tuyas ahora mismo, después de haber recogido los primeros deberes de francés con este tema ultra clásico:
"narre el día de de sus vacaciones que más destacadamente recuerde; intente explicar por qué le ha parecido el más digno de ser retenido".
Interrogó a algunos de ustedes sobre vida y obras de Rabelais, pidió un voluntario para que explicara la carta de Gargantúa a Pantagruel, y te eligió [entre los que levantaban la mano...]